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Dios los bendiga. Es el deseo de "Conexión Adventista"

4 sept 2009

La oración transformadora

Por: Costin Jordache

Me gustaría decir que siempre fui un gran hombre de oración. En verdad, durante bastante tiempo la oración fue simplemente un hábito para mí. Uno es cristiano, por lo tanto ora. Pero en años recientes, situaciones difíciles han impactado mi manera de ver la oración, por lo que quise entenderla mejor. En realidad no es fácil definirla con precisión. Un escritor anónimo declara: “El objetivo último de la oración —si es que tiene otros— es cubrir la distancia que nos separa de Dios”.

Más específicamente, ¿qué efecto tiene la oración? Para tratar de responder esta pregunta, analicemos la vida de Jonás, un personaje del drama bíblico. Su historia es conocida. Jonás fue un profeta que vivió alrededor del año 700 a.C. Dios le encomendó ir a la capital de Asiria, la archienemiga de Israel, y anunciar su destrucción.

Sin decir palabra Jonás se embarcó, pero no hacia Nínive, sino rumbo a Tarsis. La mayoría de los historiadores bíblicos coinciden en que Tarsis se encontraba en España, a más de 3.000 kilómetros al oeste de Nínive. ¡Jonás había decidido huir hacia los confines del mundo conocido!

Dios envía una tormenta para que Jonás recuerde su misión. Como último recurso, los marineros arrojan a Jonás por la borda, porque él reconoce ser la causa del problema. La tormenta amaina mientras Jonás se hunde en las profundidades y es tragado por un gran pez que se convierte en su vivienda durante tres días. Jonás entra al pez rebelde y reacio, pero algo dramático sucede: el comienzo de una metamorfosis, una transformación.

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¿Dónde está Dios cuando sufrimos?

Por: Steve Grimsley

Era un atardecer lluvioso, en la hora de más tráfico. Ante el semáforo verde, aceleré a 60 km por hora. De pronto, el conductor delante de mí viró bruscamente hacia la derecha. Quedé más perplejo que alarmado, pero cuando levanté el pie del acelerador, ya era tarde. Delante de mí había dos vehículos detrás de un tercero, parado. Intenté virar mientras aplicaba los frenos, pero no logré esquivar el extremo trasero derecho del automóvil que estaba inmediatamente delante de mí. Entonces detuve mi auto averiado en el carril de emergencia.

Me lamenté por mi Mazda 626 abollado, aunque agradecí no haber sufrido ninguna herida. Miré hacia el tráfico detenido. Una mujer treintañera, junto a su vehículo, levantaba los brazos y con lágrimas que se deslizaban por sus mejillas, exclamaba: “¡Gracias, Señor, gracias!” Me encaminé hacia ella, pensando que también era víctima de la colisión, pero rápidamente subió en su vehículo, murmuró que llegaba tarde a una cita y desapareció a toda velocidad. Quedé un tanto confuso y sólo entonces me di cuenta que no le había pasado nada.

Pero, ¿qué decir de la pareja cuyo automóvil choqué? ¿Y yo? Bueno, tuve que vérmelas con la policía caminera, los representantes del seguro, la agencia de alquiler de automóviles y el taller mecánico. ¿Por qué Jesús no nos libró del accidente a to

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