Por: James Park
Todos estamos incluidos
Cuando me convertí hace unos 35 años, saliendo de un trasfondo católico y secular, encontré la siguiente cita del espíritu de profecía: «Deberíamos memorizar los capítulos 12 y 13 de primera de Corintios, y grabarlos en la mente y el corazón».1 Aunque sabía que 1 Corintios 13 era el capítulo del «amor», no sabía mucho sobre el capítulo que lo precedía.
Cuando comencé a grabar lentamente las lecciones en «la mente y el corazón», surgió una preciosa teología de la relación entre los dones del Espíritu (según se bosquejan en 1 Corintios 12) y los frutos del Espíritu (según se describen en 1 Corintios 13). Este artículo explora brevemente la doctrina fundamental adventista número 17, que habla de los dones y ministerios espirituales. En primer lugar, bosquejará la relación entre los dones y el fruto del Espíritu, dará una breve visión general del fundamento bíblico de esta doctrina, y brindará recursos adicionales que nos ayudarán a poner esta enseñanza en práctica.
Los dones y el fruto: ¿Qué relación hay entre ellos?
Las Escrituras nos enseñan que el fruto del Espíritu, el
«camino más excelente» que Pablo menciona en 1 Corintios 12:31, infunde nuestras acciones de un elevado valor ante Dios (1 Cor. 13:1-3). Después de todo, Jesús dijo a sus discípulos en el Sermón del Monte: «Por sus frutos los conoceréis» (Mat. 7:16). Los obreros que han mostrado diversos dones del Espíritu, como el de profecía y los milagros, sin «conocerlo» son llamados «hacedores de maldad» (Mat. 7:22, 23). Elena White misma declara que «el objeto de la vida cristiana es llevar fruto»,
2 enfatizando así la importancia fundamental de ser antes que de hacer.
En nuestro mundo hiperactivo, cada día tenemos el privilegio de sentarnos a los pies de Jesús imitando a María, lo que era «mejor» que el deseo de Marta de ser hospitalaria (Luc. 10:42) y que había llevado a esta última a criticar a su hermana. En los países budistas como Tailandia, yo solía decir a los feligreses que a menos que dediquemos tiempo a nuestra vida espiritual y a ser más contemplativos –como los monjes– el estrés de la vida diaria hará de nosotros un hazmerreír
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