Los buenos tiempos eran terribles
¿Fueron los “buenos viejos tiempos” realmente buenos? A menudo pensamos que en la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX, la vida estaba llena de encantos, alegría y despreocupados paseos en carro por el campo. Pero piense tan solo lo que era comprar un poco de manteca o “margarina”. El historiador Otto Bettmann explica: “Los fabricantes victorianos creían que los subproductos lácteos representaban una gran oportunidad para improvisar; se requería de una imaginación inescrupulosa […].
La manteca, que en la década de 1880 se vendía a un respetable promedio de 19 centavos la libra (445 gramos), a menudo estaba rancia, y era una mezcla de caseína y agua, o de calcio, yeso, grasa y puré de papas […]. “La alternativa era una imitación de manteca […]. Los fabricantes de aceite recolectaban la grasa de cerdo junto con cualquier resto animal imaginable que los mataderos no pudieran vender y los procesaban en mugrientos cobertizos. A la mezcla se le agregaban blanqueadores para que pareciera manteca real.
En 1899, un empleado de una fábrica de margarina […] se lastimó tanto las manos […] que perdió las uñas, y además sufrió la caída del cabello y tuvo que ser internado en el Hospital Bellevue debido a un estado de debilidad generalizada”.1
Continue leyendo en Articulos de "Conexion Adventista"
¿Fueron los “buenos viejos tiempos” realmente buenos? A menudo pensamos que en la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX, la vida estaba llena de encantos, alegría y despreocupados paseos en carro por el campo. Pero piense tan solo lo que era comprar un poco de manteca o “margarina”. El historiador Otto Bettmann explica: “Los fabricantes victorianos creían que los subproductos lácteos representaban una gran oportunidad para improvisar; se requería de una imaginación inescrupulosa […].
La manteca, que en la década de 1880 se vendía a un respetable promedio de 19 centavos la libra (445 gramos), a menudo estaba rancia, y era una mezcla de caseína y agua, o de calcio, yeso, grasa y puré de papas […].
En 1899, un empleado de una fábrica de margarina […] se lastimó tanto las manos […] que perdió las uñas, y además sufrió la caída del cabello y tuvo que ser internado en el Hospital Bellevue debido a un estado de debilidad generalizada”.1
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