“Partió David de allí y se refugió en la cueva de Adulam; cuando sus hermanos y toda la casa de su padre lo supieron, fueron allí a reunirse con él.
Además se le unieron todos los afligidos, todos los que estaban endeudados y todos los que se hallaban en amargura de espíritu, y llegó a ser su jefe. Había con él como cuatrocientos hombres (1 Samuel 22:1, 2).
Mi recuerdo más remoto sobre este pasaje bíblico es en el contexto de la formación de una nueva congregación. Yo era un joven estudiante de teología, cuando un grupo de miembros de una iglesia que mi padre había pastoreado recientemente, formó una nueva iglesia en un pueblo cercano. Mi padre se refería a la nueva congregación como una “cueva de Adulam”. Él explicaba este término al describir las actitudes y circunstancias de muchos de los miembros fundadores.
En el pasado, era más común que las nuevas iglesias surgieran separándose de una congregación ya existente. Cada vez que yo escuchaba acerca de la formación de una iglesia, me recordaba de las palabras de mi padre y la cueva de Adulam. Hace poco leí comentarios de este pasaje hechos por el experto en liderazgo John Maxwell, que me dejaron pensando.
Continua en Reflexiones de "Conexión Adventista"
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