Con sólo 16 años de edad, la croata Mirjana Lucic se había convertido en una tenista de renombre mundial. Ya estaba en el 50º puesto del escalafón femenino. Luego de jugar el Abierto de Estados Unidos, decidió solicitar asilo para ella, su madre y sus hermanos. ¿La razón? Los golpes propinados por su padre.
La muchacha declaró: “Me castigaba más de lo que se pueden imaginar. A veces por un juego o por un set perdidos, o por un mal día. No quiero ni hablar de lo que pasaba cuando perdía un torneo”.
Catorce semanas después de la boda de Paul Gascoigne, estrella del fútbol británico y jugador del Glasgow Rangers, su esposa fue fotografiada a la salida del hospital. Tenía un brazo fracturado, la cara llena de moretones, un ojo negro y cortes en la nariz. Muchas organizaciones feministas solicitaron la expulsión del jugador. La respuesta de los dirigentes del equipo fue un caso de clásica indiferencia: “Nosotros contratamos a un futbolista y no nos interesa su vida familiar”.
José Carollo, alcalde de Miami, estuvo un día incomunicado en la cárcel por golpear a su esposa. Fue dejado en libertad al día siguiente con la prohibición de acercarse a ella y a sus hijos.
Estos hechos podrían haber pasado inadvertidos de no ser por la fama de sus protagonistas. La realidad es que millones de personas padecen una situación similar, pero sus casos no llegan a las noticias.
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