“El mundo —decía Arthur Schopen-hauer— es mi idea”.1
Si el mundo real es lo que Schopenhauer concibe en su mente, entonces también es sólo lo que cada uno de nosotros piensa o imagina. Según Schopenhauer lo que conocemos “no es un sol, y no es una tierra, sino tan sólo un ojo que ve un sol, una mano que siente la tierra; el mundo que nos rodea está allí solamente como idea, esto es, sólo en relación con algo más, con aquel que concibe la idea, que es él mismo”.2 Y puesto que somos diferentes ojos, diferentes manos, diferentes conciencias, conocemos diferentes soles, diferentes tierras. Si el mundo es una idea, entonces el mundo es una idea diferente para cada uno de nosotros.
Este interrogante, acerca de qué es real en oposición a qué es percibido, es tan antiguo como la metafórica caverna de Platón, en la cual todos los seres humanos estaban encadenados de cara a la pared posterior, de modo que toda la realidad se les presentaba como sombras proyectadas en ese muro por un fuego que ardía a sus espaldas.
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