Nuestra imagen mental de Jesús suele inclinarse hacia su lado humano. Después de todo, fue un hombre. Hemos visto miles de imágenes de Jesús creadas por los artistas: lo hemos visto jugando con los niños, hablando con los médicos, o mirando a la “cámara” o al horizonte.
Pero los que documentaron su ministerio terrenal en los Evangelios también dejaron en claro que en el Jesús humano que caminó entre nosotros caminó también Dios en la carne. La divinidad de Jesús es producto de conceptos extraordinarios que nos dejan atónitos. Nos trasladan al comienzo del mundo, cuando “Dios, en el principio, creó los cielos y la tierra” (Gén. 1:1).*
¿No requiere la divinidad de Jesús que él también haya tomado parte en dar existencia a este planeta?
Sin duda que sí. Pablo proclama enfáticamente que Jesús, “siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como cosa a qué aferrarse” (Fil. 2:6). Juan también afirmó que “era Dios” y que “por medio de él todas las cosas fueron creadas; sin él, nada de lo creado llegó a existir” (Juan 1:1-3).
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