Una de nuestra mayores prioridades tiene que ser que los adolescentes y jóvenes sean parte real de la iglesia
Cuando recordamos el curso que ha tomado nuestra vida, es fácil pensar en cierto tipo de “inevitabilidad”; es decir, los estudios y el trabajo que hemos elegido, el cónyuge, la familia. Sin embargo, este sentido de inevitabilidad es ilusorio. En esa fase temprana de toma de decisiones –en la adolescencia y años juveniles– cuando tantas elecciones conllevan consecuencias duraderas y acaso desconocidas, lejos estamos de anticipar el futuro.
Éste se debate precariamente entre una multitud de variables, que pueden llevarnos hacia uno u otro lado según las circunstancias o posibilidad de escoger. Al pensar en mi adolescencia digo: ¡Qué reducidos eran los márgenes! ¡Con qué facilidad una decisión apresurada o diversas circunstancias podrían haberme llevado por un camino diferente! Y pienso en los menores de 35 años de nuestra iglesia, que se hallan en proceso de tomar las mismas decisiones.
Ya no se limitan a reflejar las actitudes y creencias de sus padres o maestros. Están probando estos valores por sí mismos, decidiendo si los conservarán, modificarán o reemplazarán por algo totalmente diferente. Pienso entonces en el éxodo de jóvenes de nuestras iglesias, y esto me aflige profundamente. ¿Por qué tantos se marchan? Aun a riesgo de simplificar exageradamente algo de gran importancia para la iglesia, me gustaría ofrecer unas pocas reflexiones que he acumulado a lo largo del tiempo, pero que en años recientes han alcanzado un creciente sentido de urgencia.
Al hablar de esto, tenemos que diferenciar dos grandes grupos: los adolescentes
y los jóvenes profesionales. Si bien algunos temas se repiten en ambos, sus luchas y experiencias son en esencia diferentes y, por lo tanto, también serán diferentes sus razones para abandonar la iglesia.
Continua leyendo haciendo clic aquí en Reflexiones de "Conexión Adventista"
Éste se debate precariamente entre una multitud de variables, que pueden llevarnos hacia uno u otro lado según las circunstancias o posibilidad de escoger. Al pensar en mi adolescencia digo: ¡Qué reducidos eran los márgenes! ¡Con qué facilidad una decisión apresurada o diversas circunstancias podrían haberme llevado por un camino diferente! Y pienso en los menores de 35 años de nuestra iglesia, que se hallan en proceso de tomar las mismas decisiones.
Ya no se limitan a reflejar las actitudes y creencias de sus padres o maestros. Están probando estos valores por sí mismos, decidiendo si los conservarán, modificarán o reemplazarán por algo totalmente diferente. Pienso entonces en el éxodo de jóvenes de nuestras iglesias, y esto me aflige profundamente. ¿Por qué tantos se marchan? Aun a riesgo de simplificar exageradamente algo de gran importancia para la iglesia, me gustaría ofrecer unas pocas reflexiones que he acumulado a lo largo del tiempo, pero que en años recientes han alcanzado un creciente sentido de urgencia.
Al hablar de esto, tenemos que diferenciar dos grandes grupos: los adolescentes
y los jóvenes profesionales. Si bien algunos temas se repiten en ambos, sus luchas y experiencias son en esencia diferentes y, por lo tanto, también serán diferentes sus razones para abandonar la iglesia.
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