Dondequiera que la Palabra de Dios se predicó con fidelidad, los resultados atestiguaron su divino origen. El Espíritu de Dios acompañó el mensaje de sus siervos, y su Palabra tuvo poder. Los pecadores sintieron que despertaban sus conciencias.
La luz «que alumbra a todo hombre que viene a este mundo», iluminó los lugares más recónditos de sus almas, y las ocultas obras de las tinieblas fueron puestas de manifiesto. Una profunda convicción se apoderó de sus espíritus y corazones. Fueron redargüidos de pecado, de justicia y del juicio por venir. Tuvieron conciencia de la justicia de Dios, y temieron tener que comparecer con sus culpas e impurezas ante aquel que escudriña los corazones. En su angustia clamaron: «¿Quién me libertará de este cuerpo de muerte?» Al serles revelada la cruz del Calvario, indicio del sacrificio infinito exigido por los pecados de los hombres, vieron que solo los méritos de Cristo bastaban para expiar sus transgresiones; eran lo único que podía reconciliar al hombre con Dios.
Con fe y humildad aceptaron al Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Por la sangre de Jesús alcanzaron «la remisión de los pecados cometidos anteriormente […]». Los reavivamientos produjeron en muchos creyentes profundo recogimiento y humildad. Estuvieron caracterizados por llamamientos solemnes y fervientes hechos a los pecadores, por una ferviente compasión hacia aquellos a quienes Jesús compró por su sangre. Hombres y mujeres oraron y lucharon con Dios para conseguir la salvación de las almas. Los frutos de semejantes reavivamientos se echaron de ver en las almas que no vacilaron ante el desprendimiento y los sacrificios, sino que se regocijaron de ser tenidas por dignas de sufrir oprobios y pruebas por causa de Cristo.
La luz «que alumbra a todo hombre que viene a este mundo», iluminó los lugares más recónditos de sus almas, y las ocultas obras de las tinieblas fueron puestas de manifiesto. Una profunda convicción se apoderó de sus espíritus y corazones. Fueron redargüidos de pecado, de justicia y del juicio por venir. Tuvieron conciencia de la justicia de Dios, y temieron tener que comparecer con sus culpas e impurezas ante aquel que escudriña los corazones. En su angustia clamaron: «¿Quién me libertará de este cuerpo de muerte?» Al serles revelada la cruz del Calvario, indicio del sacrificio infinito exigido por los pecados de los hombres, vieron que solo los méritos de Cristo bastaban para expiar sus transgresiones; eran lo único que podía reconciliar al hombre con Dios.
Con fe y humildad aceptaron al Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Por la sangre de Jesús alcanzaron «la remisión de los pecados cometidos anteriormente […]». Los reavivamientos produjeron en muchos creyentes profundo recogimiento y humildad. Estuvieron caracterizados por llamamientos solemnes y fervientes hechos a los pecadores, por una ferviente compasión hacia aquellos a quienes Jesús compró por su sangre. Hombres y mujeres oraron y lucharon con Dios para conseguir la salvación de las almas. Los frutos de semejantes reavivamientos se echaron de ver en las almas que no vacilaron ante el desprendimiento y los sacrificios, sino que se regocijaron de ser tenidas por dignas de sufrir oprobios y pruebas por causa de Cristo.
Continúe leyendo en Reflexiones de "Conexión Adventista"
No hay comentarios:
Publicar un comentario