Anny, 36 años, vive con su esposo y dos hijos, aunque su estado deplorable difícilmente puede llamarse “vida”. La mayor parte del día sufre de ansiedad y miedo; no es un miedo a algo sino a todo. Permanece tensa, crispada, con el rostro demacrado. Por momentos es presa del llanto sin saber por qué. La alegría de sus hijos ya no le interesa. En la noche no puede descansar, víctima del insomnio. “¡Qué horrible! ¡Es espantoso! Estoy desesperada, no aguanto más...”, me confiesa. “No tengo ganas de nada, no puedo hacer las cosas; nada me llama la atención. No salgo a ningún lado ni quiero ver a nadie. Vivo acostada, aunque no puedo dormir; me paso dándoles vueltas a los problemas... La comida me da asco, no como nada, he bajado 5 kilos... A veces pienso que lo mejor sería acabar de una vez con esta pesadilla.”
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