Gabriel, un estudiante de economía de segundo año, no podía soportarlo más. No podía concentrarse. Aunque tenía el libro de texto abierto delante de él, sus pensamientos estaban en otro lugar. Estaba atrasado en sus lecturas y deberes.
Y pronto tendría que entregar un informe escrito sobre estrategias de mercadeo de una compañía que todavía tenía que visitar. En dos semanas tendría un examen. Además, todavía tenía que asistir a clases, cumplir con su trabajo y prestar atención a su vida social. A esto se sumaban otras señales, y es que Gabriel no podía dormir bien. Se sentía incómodo, abrumado, y hasta ocasionalmente cruzaban su mente pensamientos suicidas.
Sin lugar a dudas, Gabriel necesitaba ayuda. Sin ella, estaba en camino hacia un problema mayor. Pero con un poco de persuasión decidió ver a un consejero. Después de unas pocas semanas de orientación, Gabriel tuvo su vida nuevamente bajo control.
¿Qué le pasaba a Gabriel? No era depresión. Por lo menos, no todavía. Su problema radicaba en el estrés, uno de los males comunes en la vida de los universitarios. ¿Pero cómo le ayudó la orientación profesional? ¿Cómo se le ayudó para mantenerlo alejado de la depresión? ¿Qué hubieras hecho tú bajo circunstancias similares?
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